martes, 5 de septiembre de 2017

George Soros y la CIA ayudaron a Mijail Gorbachov a decretar la disolución de la URSS

Así lo afirma el analista y ex empleado de la NSA, Wayne Madsen, en su penúltimo artículo publicado en Strategic Culture Foundation. Según Madsen, documentos recientemente desclasificados de la CIA (esa costumbre tan “diáfana” y “democrática” que tiene el crimen organizado estadounidense de contar sus fechorías cuarenta o cincuenta años después) el magnate multimillonario George Soros (un viejo conocido del que hablábamos no hace mucho por aquí) proporcionó cobertura económica, en 1987, al entonces gobierno del presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, a través de una ONG de la CIA, el Instituto de Estudios de Seguridad Este-Oeste (en adelante IEWSS, por sus siglas en inglés). Soros, además, impulsó, junto a la
CIA, la propagación de dos términos orquestados desde Occidente que hicieron fortuna mediática en aquellos años, como fueron la archiconocida “perestroika” (apertura) y la “glasnost” (o transparencia), que servían de oportuno enganche dentro del mismo paquete desestabilizador, todo ello con el único objetivo, según Madsen, de “acelerar la desaparición de la URSS”.

Así pues, de nuevo, nada es lo que parece y lo que nos han contado durante décadas sobre la caída y disolución de la URSS, como un acto espontáneo y “democratizador” de un dirigente (y su camarilla de tránsfugas “comunistas”), como un sistema que estaba “agotado” y desfondado según la abrumadora propaganda occidental fabricada a izquierda y derecha, no fue nada más que el cebo o carnada para ocultar lo que, verdaderamente, se estaba cocinando entre los bastidores del Kremlin, la Organización Soros y en la sede de la CIA. Pero no sólo en Moscú se estaba urdiendo el golpe interior ya que Madsen habla de que otros actores externos, funcionarios comunistas en ejercicio (topos de Occidente, en la práctica) de la Europa del Este, actuaron para la red Soros (el IEWWS) en su tarea de desestabilizar a la URSS y, por extensión, al resto de países del Pacto de Varsovia. La URSS, a través de sus dirigentes fantoches, hizo el camino y el resto de socios socialistas del IEWWS consumaron la agenda Soros.

Madsen nos recuerda que, recientemente, el presidente ruso, Vladimir Putin, que ya debía conocer (como ex agente del KGB) lo que se proyectó hace treinta años, ordenó que las organizaciones golpistas de Soros hicieran las maletas y se fueran de Rusia a la mayor brevedad por considerarlas, justamente, como “indeseables y una amenaza para la seguridad del Estado ruso”. Tal es el caso del buque insignia de Soros, la Fundación para una Sociedad Abierta (Open Society Foundation) y otras ong’s de la CIA que operaban, en similares circunstancias, en territorio ruso, como la NED (Fundación Nacional para la Democracia), el Instituto Republicano Internacional, la Fundación MacArthur o la Freedom House. Tras la caída de la URSS había que seguir centrifugando al oso ruso hasta ponerlo a las órdenes de Washington. De este modo, como dice Madsen, Después del colapso de la URSS en 1991, Soros y la CIA volcaron su atención en la nueva situación rusa para promover otro colapso, esta vez el de la nueva Federación de Rusia mediante el fomento de la acumulación obscena de riqueza por oligarcas sin escrúpulos y también alentando el separatismo en las regiones de la Federación Rusa. Y, añado yo, promoviendo a la jefatura del poder a delincuentes alcohólicos como Boris Yeltsin para completar la ficha del dominó que faltaba para que el imperio controlase totalmente el Este de Europa.

El plan diseñado para dinamitar el espacio geopolítico socialista en el Este de Europa fue preparado por dos personajes ultraconservadores, integrantes y co-presidentes del IEWWS de Soros, Joseph Nye, economista de Harvard, y Withney  MacMillan, presidente de la agromultinacional Cargill, que ya había mantenido relaciones comerciales con la Unión Soviética en los años setenta del siglo pasado. En 1987, Nye y MacMIllan publicaron un informe especial sobre la URSS titulado “¿Cómo debe responder América al desafío de Gorbachov?”. Lo de desafío era más una broma de mal gusto, una estratagema de camuflaje, que un reto propiamente dicho del dirigente soviético, puesto que Gorbachov no sólo no iba a confrontarse con EEUU y sus aliados sino que iba a ser una de las “matroskas” de Occidente para fundir por la vía rápida a la URSS. 

En el informe de Nye y MacMillan se “cantaba”, por anticipado, el fin programado de la Unión Soviética e iba a proporcionar “un modelo para las futuras relaciones de Estados Unidos con Moscú”. Es decir, con una  URSS ya preparada para entrar en la era capitalista, el documento de Nye y MacMillan señalaba que, cualquier nueva evaluación de las relaciones de Occidente con una Unión Soviética “aperturista” tenía que partir de una posición de fuerza en vez de un equilibrio de poder.  Para Madsen, este fue uno de los factores que determinaron que la OTAN no se disolviera al igual que hizo su homóloga del Pacto de Varsovia. Algo que no se iba a esperar, por otra parte, de una organización creada para servir de punta de lanza militar imperialista en el mundo. 

El informe del IEWWS, de 1987, y su aplicación práctica, fue una forma incruenta de ir despedazando por etapas a la URSS. Así, en dicho documento, se instaba a Occidente a tomar ventaja respecto de la agónica Unión Soviética en el nuevo mapa geopolítico que se avecinaba, en particular, en el Tercer Mundo, un área que había sido de supuesta influencia soviética. Otro hecho que remarca Madsen es que “el informe think tank, financiado por Soros, pedía la sustitución de los «intereses nacionales» de la Europa del Este (todavía comunista) en favor de «los intereses de la OTAN». Dicho y hecho. Tras los sucesivos golpes de Estado de 1989 en los países socialistas, y su configuración como nuevos Estados capitalistas, todos ellos pasaron a integrarse en tromba en la Alianza Atlántica. 

Otra trampa que se quería tender sobre la todavía URSS, procedente del informe mencionado, es que se solicitaba la concesión del estatuto de observador de la Unión Soviética en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) – la actual Organización Mundial del Comercio (OMC) – y el Fondo Monetario Internacional (FMI), como una manera de obtener abiertamente más información acerca de la economía soviética.

Hablando claro, el informe IEWSS fue elaborado para, como dice Madsen, trazar una «hoja de ruta» sobre cómo los centros de poder de Occidente (agencias de inteligencia, bancos, corporaciones multinacionales y militares) se aprovecharían de la «perestroika» y la «glasnost», no para favorecer la apertura y “democratización” de la Federación de Rusia y otros pueblos soviéticos, sino para proyectar los intereses de Occidente, en particular, los estadounidenses, tanto en Europa Central como Oriental. Para el desempeño de tan ingente tarea, el IEWSS de Soros contó, como ya se ha dicho más arriba, con la colaboración de mercenarios “comunistas” de Europa del Este al más alto nivel. Madsen cita algunos de ellos: Ferenc Esztergályos, embajador de Hungría ante las Naciones Unidas; el ex embajador de la República Popular de Polonia en la ONU Ryszard Frelek, el diplomático yugoslavo Ignac Golob, que más tarde se convirtió en jefe de enlace de la OTAN en Eslovenia, y Harry Ott, vicecanciller de la República Democrática Alemana (RDA), mano derecha del último presidente “comunista” del país, Hans Modrow. 

Precisamente, Ott, sin papeles desclasificados (he indagado por mi cuenta), tuvo la desvergüenza, en octubre de 1989, de hablar de unidad y socialismo en la RDA nada menos que en la propia sede del IEWWS en Nueva York (con el Muro antifascista a punto de caer), palabras que fueron recogidas por el New York Times, que decía, entre otras cosas, lo siguiente (traduzco literal): Un funcionario de Alemania Oriental de alto rango (Harry Ott), hablando en nombre de la nueva dirección comunista de la RDA, rechazó enérgicamente las ofertas de ayuda económica occidental a cambio de liberalización política y económica de Alemania Oriental. Ott dijo que el objetivo de la RDA tenía que ser fortalecer el socialismo y la soberanía del país, no parecerse a su vecino de la RFA. La existencia de dos estados alemanes ha sido durante cuatro décadas una de las realidades de las que ha dependido la seguridad y la estabilidad en Europa, dijo Ott, para señalar, a continuación, que La RDA deplora el hecho de que muchos ciudadanos de nuestro país, especialmente los jóvenes, lo hayan dejado. 

Estamos buscando las causas en nosotros mismos. Pero no se puede ignorar que ciertas fuerzas están tratando de explotar la situación. Toda una gran actuación teatral (eso sí, repleta de verdades) de uno de los verdugos del Pacto de Varsovia.

Poco antes de que se disolviera (o la disolvieran) la URSS los imperialistas no se conformaban con la “victoria ideológica” (y sobre el terreno) contra el comunismo, sino que había que proseguir hasta la atomización completa de lo que, hasta entonces, había sido territorio soviético. Así lo señala Madsen cuando dice que Soros y sus compinches de las organizaciones de “derechos humanos” trabajaron activamente para destruir la Federación de Rusia, apoyando a movimientos independentistas en Kuzbass (Siberia), utilizando a derechistas alemanes que buscaban restaurar Konigsberg y Prusia Oriental, así como a financiar a nacionalistas lituanos y de otras repúblicas autónomas y regiones (Tatarstán, Osetia del Norte, Ingushetia, Chechenia, etc.) fomentando el separatismo en las entonces llamadas Repúblicas Autónomas Socialistas Soviéticas. Madsen afirma que uno de los principales grupos que fueron captados por Soros y los funcionarios de la CIA fue el Centro Público Tatar (TOT), que abogaba por el reconocimiento de la soberanía tártara, todo ello un año antes de la desaparición de la URSS. ¿Se imaginan a otro país haciendo lo mismo en territorio norteamericano? ¿infiltrando mercenarios, financiando a grupos opositores y ocasionando sabotajes terroristas? La ola de represión policial y venganza militar de EEUU sobre sus propios ciudadanos y los países agitadores de esa subversión sería inimaginable.

La actividad involucionista e injerencista de Soros contra Rusia, desde entonces, no se ha detenido, sino, más al contrario, se ha incrementado provocativamente a través de sus bases operativas repartidas en los territorios aledaños a Rusia. Madsen cita los países donde están ubicadas esas bases, en particular Ucrania, Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia, Suecia, Moldavia, Georgia, Azerbaiyán, Turquía, Rumania, Mongolia, Kirguistán, Kazajstán, Tayikistán y Uzbekistán, mientras que los grupos de choque terroristas empleados para socavar la Federación de Rusia van, advierte Madsen, desde una coalición de fascistas ucranianos y neonazis a moldavos sionistas. Sin olvidar, siguiendo al americano, los nuevos escuadrones de la muerte de Occidente: la “yihad” del Estado islámico que opera desde Siria e Irak (y en Afganistán, cerca de la frontera con Rusia), los nacionalistas fascistas Lobos Grises de Turquía o los combatientes chechenos con conexiones directas con la yihad salafista
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Las operaciones clandestinas y terroristas de Soros, la CIA y la OTAN suponen una amenaza directa no ya sólo para Rusia sino, en general, para países como Irán, Bielorrusia, Armenia, la saqueada Irak o la acosada y destruida Siria, como apunta Madsen. Putin ha tomado buena cuenta de ello, desde que se hizo con la jefatura del país, devolviendo el prestigio a una Rusia que estuvo a punto de ser vendida al contado a Occidente por rufianes como Mijail Gorbachov o Boris Yeltsin, un tipo, el primero, que fue premiado con un “Nobel” por haber firmado el fin de la URSS bajo el padrinazgo de terroristas como George Soros y la CIA.

Berlin Confidencial (publicado en dic 2015)


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